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- Introducción
- Antígenos: inmunidad inespecífica y específica
- Tejido linfoide y médula ósea: producción de células inmunes
- Respuesta autoinmune
Introducción
El diverso conjunto de millones de células y sus productos que son activados por antígenos (sustancias extrañas) constituyen el sistema inmunitario. Estas células, en particular los linfocitos que tienen un papel fundamental, se encuentran en la sangre y en diversos órganos y tejidos de todo el cuerpo. Las reacciones inmunitarias destruyen, inmovilizan o neutralizan los agentes causantes de enfermedades, las materias extrañas y ciertas células corporales alteradas, como las células tumorales y las autoinmunes. Cuando funciona bien, el sistema inmunitario, muy afinado, moviliza células y anticuerpos apropiados y específicos para el desafío antigénico.
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Antigénicos: inmunidad inespecífica y específica
Los antígenos se originan dentro del organismo o en el entorno exterior. El sistema inmunitario proporciona dos líneas de defensa: inmunidad inespecífica y específica.
El primer encuentro con un antígeno provoca una respuesta inmunitaria inespecífica. Los mecanismos de defensa incluyen la piel, las membranas mucosas, las sustancias químicas, las células especializadas y la respuesta inflamatoria. La piel intacta es una formidable barrera física para la mayoría de los antígenos.
Las membranas mucosas recubren cavidades corporales como la boca y el estómago. Estas estructuras segregan saliva y ácido clorhídrico, respectivamente, sustancias químicas que destruyen las bacterias. Si los antígenos atraviesan las defensas, una variedad de glóbulos blancos como los macrófagos, los neutrófilos y los mastocitos tratan de destruirlos. Otros mecanismos de la sangre, como el complemento (proteínas antibacterianas), el interferón (proteínas antivirales) y las células asesinas naturales, ayudan en la batalla.
Cuando los antígenos logran invadir el organismo a través de la piel o las membranas mucosas, su presencia provoca la respuesta inflamatoria. Esta respuesta impide que el antígeno se extienda a los tejidos cercanos, elimina los restos celulares de la «batalla» e inicia la reparación de los daños. Cuando comienza la invasión, el sistema inmunitario envía a sus «soldados», los leucocitos (glóbulos blancos), a la batalla. Los leucocitos, como los neutrófilos y los macrófagos, ingieren y destruyen los antígenos en un proceso denominado fagocitosis.
Si le pica una abeja, la presencia del veneno de ésta desencadena una respuesta inmunitaria inespecífica. Los glóbulos blancos son los primeros en llegar al lugar de los hechos para eliminar los antígenos del veneno de la abeja. Mientras se libra la guerra entre los antígenos y los glóbulos blancos, pueden aparecer signos de batalla en la piel afectada. Se produce una inflamación (enrojecimiento, hinchazón, calor y dolor) a medida que el cuerpo se defiende de los invasores.
Si el cuerpo detecta un antígeno con el que se ha encontrado previamente, se produce una respuesta inmunitaria específica. En esta respuesta, el organismo ha sido entrenado para reconocer y neutralizar un antígeno específico conocido; su sistema inmunitario «recuerda» el antígeno. Esta inmunidad sistémica (no restringida al lugar de la infección inicial) permite una respuesta inmunitaria más rápida y duradera que la respuesta inespecífica.
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Tejido linfoide y médula ósea: producción de células inmunitarias
El tejido linfoide y la médula ósea forman el núcleo anatómico del sistema inmunitario. La glándula del timo es el principal órgano linfoide para el desarrollo de linfocitos. La médula ósea roja produce linfocitos B (células B) y linfocitos T (células T). Los linfocitos B alcanzan la inmunocompetencia (capacidad de reconocer un antígeno específico) en la médula ósea. Los linfocitos T migran a la glándula del timo, donde se vuelven inmunocompetentes. Sin embargo, los linfocitos son inmaduros (no están completamente desarrollados) y no pueden participar directamente en una respuesta inmunitaria.
Los linfocitos B y T inmaduros migran desde sus sitios linfoides primarios (médula ósea y timo) a través de los sistemas vascular y linfático a sitios linfoides secundarios. Estos lugares incluyen el bazo, los ganglios linfáticos, las amígdalas y las placas de Peyer en el intestino y el apéndice. Estos linfocitos B y linfocitos T inmaduros sólo lo son después de encontrarse con un antígeno.
Los linfocitos B abundan en los ganglios linfáticos, el bazo, los nódulos linfáticos y la sangre. Las células B producen anticuerpos que destruyen antígenos extraños específicos. Los anticuerpos circulan en los humores (fluidos corporales), creando una inmunidad humoral, un tipo de inmunidad específica.
Los tres tipos de células T son las asesinas (citotóxicas), las auxiliares y las supresoras. Todas destruyen antígenos. Las células T maduran en el timo. No producen anticuerpos; en su lugar, atacan directamente a los antígenos, proporcionando inmunidad mediada por células, otro tipo de inmunidad específica.
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Respuesta autoinmune
En una respuesta autoinmune, los linfocitos se desatan contra las células del cuerpo. Un ejemplo de respuesta autoinmune es la artritis reumatoide, en la que las células del sistema inmunitario liberan sustancias químicas que afectan negativamente a las articulaciones de los dedos, las muñecas, los tobillos y los pies. El resultado son unas articulaciones crónicamente inflamadas que se vuelven más dolorosas y menos móviles a medida que la respuesta autoinmune continúa.
SIDA
A veces, la inmunidad mediada por células se debilita y el cuerpo se vuelve propenso a infecciones potencialmente mortales que de otro modo no lo serían. Esta condición se da en el SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida). El virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) causa el SIDA. El virus del VIH ataca y mata a las células T auxiliares (células T especializadas que «dirigen» la respuesta inmunitaria). El sistema inmunitario está gravemente deprimido y su capacidad para resistir las infecciones se ve afectada.
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