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Hoy es el día de acercarse a Jesús y tocar la orilla de su manto. El aislamiento, de los demás o de Dios, debido a emociones negativas como la vergüenza o la pena, nos deja a menudo soportando una especie de ansiedad perpetua. Necesitamos el contacto con Dios y con los demás para sentirnos seguros y amados. La historia de la mujer con flujo de sangre es un ejemplo de ello. Ella era «impura» debido al problema físico que sufría. La impureza ritual no es algo con lo que nos identifiquemos en nuestra sociedad, pero sí el aspecto de la vergüenza y el aislamiento. Nuestras emociones negativas fluyen de nosotros, contaminando a los demás.
En aquella época, nadie podía acercarse a ella sin tener que pasar por un ritual de pureza. Al igual que ella, si estamos atrapados por el miedo o la culpa o alguna otra emoción poderosamente destructiva, alejamos a los demás. La soledad por sí sola puede conducir a una depresión bastante severa. Así que ella debe dar un gran salto de fe, como nosotros. Se acerca sigilosamente a Jesús y toca el borde de su manto.
Muchos de nosotros tratamos de aprovechar sigilosamente la curación de Dios.
Ocultamos nuestro dolor. Rezamos en silencio en la iglesia; nos castigamos por nuestra impureza, ya sea por nuestros propios pecados o por los que se cometieron contra nosotros. Qué suerte tenemos de tener un Dios que nos sana incluso en nuestro miedo. Ella toca el borde de su manto, y Jesús, a diferencia del resto del mundo, no queda impuro por su contacto. En el Antiguo Testamento, las personas quedan impuras por las cosas con las que entran en contacto. Qué cambio que en el Nuevo Testamento, Jesús toca al leproso, a la mujer con flujo de sangre, incluso a los muertos. Él nunca se hace impuro, sino que se hacen limpios por el contacto con Él. Nosotros también quedamos limpios por nuestro contacto con Él. De hecho, como sal y luz, salimos a un mundo caído y traemos luz a las tinieblas, y limpiamos lo que es impuro.
En este ejercicio, vamos a buscar ese toque, ese poder que fluye de Jesús en nuestros corazones, deteniendo el flujo de la pena, la vergüenza, el miedo, el arrepentimiento, y cualquier otra cosa que nos haya alejado de la plenitud y la comunidad. Vamos a tocar el borde de su manto y aferrarnos a él.
43 Y una mujer que tenía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado toda su vida en médicos, sin poder curarse de ninguno,
44 vino detrás de él, y tocó el borde de su manto; y al instante su flujo de sangre se detuvo.
45 Y Jesús dijo: ¿Quién me ha tocado? Cuando todos negaron, Pedro y los que estaban con él dijeron: Maestro, la multitud te agolpa y te aprieta, y tú dices: ¿Quién me ha tocado?
46 Y Jesús dijo: Alguien me ha tocado, porque veo que la virtud ha salido de mí.
47 Y viendo la mujer que no estaba escondida, vino temblando, y cayendo delante de él, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo había sido curada inmediatamente.
48 Y él le dijo: Hija, consuélate; tu fe te ha salvado; vete en paz.
Luc 8:43-48
Mientras enfocas tu atención en estos versículos, imagina lo difícil que debe ser acercarse sigilosamente a alguien en una multitud y tocarlo. Se necesitaría cierta determinación y concentración para abrirse paso y luego arrodillarse casualmente y agarrar el dobladillo de la larga túnica de Jesús. Para una mujer tocar a un hombre en esta cultura era indecoroso en el mejor de los casos. Pero mira en tu corazón. ¿No estás desesperado por un toque del Salvador?
1. En nuestros tiempos con Él, siempre debemos empujar a través de las multitudes en nuestra propia mente.
Así que primero empuja a través de las emociones y los pensamientos que se agolpan alrededor de tu corazón y tu mente mientras te mueves hacia Jesús.
Nuestras familias, nuestro trabajo, los quehaceres que tenemos por delante, la larga gavilla de facturas; estas son las multitudes que presionan a nuestro alrededor, manteniendo a Jesús fuera de nuestro alcance. Así que usa la determinación y el enfoque y avanza a través de estas distracciones.
Imagina que ahora estás lo suficientemente cerca de Jesús como para tocarlo.
Supongo que para evitar ser detectada, se acercó por detrás de Él. Extiende tu mano, físicamente o en tu mente, no importa. Extiende la mano y toca el dobladillo de su áspera y casera vestimenta. Es suave por el uso y los muchos lavados. Al agarrarlo, acoge el poder de Dios en tu cuerpo, mente y espíritu. Siente cómo el poder entra a través de tu mano, de tu brazo y en tu corazón.
Agarra la totalidad de Cristo, dejando que detenga el flujo de quejas, de amargura, de pena y de miedo de tu corazón.
Ahora imagina que Él se da la vuelta. Te ve.
Se alegra de verte y te da la mano y te ayuda a levantarte.
«Tu fe te ha curado», dice, pues sabe que aquietar tu mente y tu corazón para buscarle es un acto de fe.
Tocar su manto es un acto de fe. Y Dios es un recompensador de los que creen que Él es y lo buscan con un corazón diligente. Pídele que te llene de toda bendición. Recibe su alegría y su paz. A lo largo del día, cierra tu mano, agarrándote al borde de su manto, envuélvete en su amor y recibe de nuevo la paz de Dios que supera todo entendimiento.