Las razas de ganado africano son asombrosamente diversas, y a menudo muy hermosas. Van desde el Ankole, de color rojo oscuro, del sur de Uganda, con sus enormes cuernos que disipan el calor, hasta el Boran, que prospera en las polvorientas llanuras del norte de Kenia, pasando por el robusto ganado Mursi de Etiopía, con sus prominentes jorobas en los hombros y sus colgantes papadas. Los kuri que pastan en los pastos del lago Chad son hábiles nadadores; los fulani rojos pueden recorrer grandes distancias a lo largo de los márgenes del Sáhara; y los famosos sheko, resistentes a las enfermedades, habitan en los bosques infestados de moscas tsetsé del suroeste de Etiopía.
Todos los mil millones de bovinos actuales descienden de los antiguos uros, una especie extinta de ganado salvaje que antaño habitaba grandes extensiones de Eurasia. Este ganado fue domesticado en al menos dos ocasiones distintas hace aproximadamente 10.000 años, durante el Neolítico: una en el sur de Asia -que dio lugar al ganado cebú o con joroba- y la otra en Oriente Medio -que dio lugar al ganado taurino o sin joroba.
En África, las evidencias arqueológicas más antiguas de ganado doméstico se remontan a entre el 6000 y el 5000 a.C. en el oeste de Egipto. Este ganado taurino, inicialmente confinado en el cinturón sahariano-saheliano, llegó con el tiempo a focos aislados en África occidental y oriental.
El ganado africano actual se ha adaptado al clima, las condiciones de forraje, las enfermedades y las plagas que prevalecen en su hábitat. Los individuos mejor adaptados a su entorno tenían más posibilidades de sobrevivir y reproducirse. También eran más favorecidos por la gente. Con el tiempo, esto dio lugar a diferentes razas y especies.
Hoy en día se calcula que hay unos 800 millones de ganaderos en todo el continente. El ganado proporciona alimentos nutritivos y calóricos, ingresos muy necesarios y estiércol rico en nitrógeno para reponer los suelos. Hay pocas regiones de África en las que el ganado no desempeñe un papel central, tanto económica como culturalmente.
Pero no siempre fue así. Mis colegas y yo, del Instituto Internacional de Investigación Pecuaria (ILRI), publicamos recientemente un artículo en el que se detalla cómo el ganado africano adquirió sus capacidades de adaptación.
Examinando el ADN de 16 razas autóctonas africanas, descubrimos un acontecimiento milenario en el que se mezclaron las dos principales subespecies de ganado vacuno del mundo: los taurinos y los cebúes. Esto permitió que el ganado africano -tras pasar miles de años confinado en ciertas regiones de África- se diversificara y se extendiera por todo el continente.
Nuestros hallazgos ayudan a explicar cómo se extendió el ganado africano por todo el continente. Sin embargo, al haber sido seleccionado y criado para la resistencia, el ganado africano nunca llegó a ser tan productivo, en términos de carne o leche, como las razas de climas más templados. Nuestra esperanza es que, estudiando la historia oculta en los genomas del ganado autóctono, podamos ayudar a orientar los esfuerzos para criar en aras de la productividad sin perder la resistencia y la sostenibilidad autóctonas de las razas.
Una sacudida evolutiva
Nuestro nuevo trabajo de secuenciación del genoma reveló que, hace unos mil años, los pastores del Cuerno de África comenzaron a criar el ganado cebú asiático con razas taurinas locales.
El cebú ofrecía rasgos que permitían al ganado sobrevivir en climas cálidos y secos. Los rasgos taurinos proporcionaban al ganado la capacidad de soportar climas húmedos, donde son comunes las enfermedades transmitidas por vectores que afectan al ganado, como la tripanosomiasis (o «enfermedad del sueño»).
Este acontecimiento, que denominamos «sacudida evolutiva», permitió que el ganado africano -tras pasar miles de años confinado en un mosaico cambiante de subregiones en África- se extendiera por todo el continente y floreciera hasta convertirse en las razas que vemos hoy en día.
Pero esta resistencia tuvo un coste. El ganado africano no suele ser tan productivo -en términos de tasas de crecimiento, carne o leche- como sus primos europeos y americanos. Las holsteins canadienses, por ejemplo, pueden producir 30 litros de leche al día, varias veces más que la mayoría de las razas africanas. La tradicional Boran etíope, por ejemplo, sólo producía de cuatro a seis litros de leche al día.
Más productivo
Hoy los científicos del ILRI, en colaboración con instituciones gubernamentales de Tanzania y Etiopía, vuelven a intentar dar una sacudida evolutiva al ganado africano. Esta vez, sin embargo, quieren acelerar el reloj evolutivo identificando marcadores genéticos que indiquen tanto adaptabilidad como productividad. El cribado de embriones en busca de estos marcadores podría ayudar a los científicos a reproducir en el laboratorio el lento trabajo de la evolución, favoreciendo los rasgos que más benefician a los ganaderos.
Los esfuerzos anteriores para mejorar la productividad del ganado en el continente se centraron en la importación de razas de ganado de otros lugares, sin reconocer adecuadamente la resistencia única de las razas africanas. Casi todos estos intentos han fracasado o han dado lugar a cruces que han diluido tanto la adaptabilidad como la productividad.
Esta vez, nos centramos en la productividad sostenible: una productividad que se basa en la resistencia de las razas africanas autóctonas, en lugar de despreciarla.
Pero aunque disponemos de nuevas herramientas y atajos que permiten a los científicos analizar vastas franjas de datos genéticos y decidir qué razas podrían funcionar bien juntas, hay algunas lecciones que aún debemos extraer de la primera sacudida evolutiva.
La primera es que no debemos preocuparnos en exceso por los cruces. Debido a un sentimiento de orgullo nacional y al deseo de conservar las razas ganaderas africanas autóctonas, a veces hay una tendencia por parte de algunos a tratarlas como manuscritos icónicos e intocables.
Esto ignora la larga tradición de cruces practicada por los ganaderos y pastores africanos: estaban (y siguen estando) constantemente mezclando y combinando razas para seleccionar los animales más adecuados a sus necesidades.
Otra lección es que, cuando los científicos experimentan y cruzan, es de vital importancia recordar que las razas locales tienen adaptaciones -no todas ellas inmediatamente obvias (una tolerancia a la sequía episódica, por ejemplo) – que han permitido su éxito. Es importante que no perdamos esos rasgos adaptativos en el azar de los cruces.
Para ello serán necesarios programas innovadores de cruces que incorporen a científicos, ministerios, socios privados y agricultores para garantizar la conservación de la información genética a lo largo del largo ciclo de vida de las generaciones de ganado.
Y, por último, es esencial incluir la experiencia práctica y acumulada de los pastores en estos procesos.
David Aronson, asesor principal de comunicaciones del ILRI, contribuyó a la redacción de este artículo