The Wall Street Journal

Ken Mac Dougall mordió el sándwich que su esposa le había preparado para el almuerzo y notó algo extraño: una nota adhesiva metida entre el jamón y el queso. Se la sacó de la boca, alisó las arrugas y leyó lo que su mujer había escrito: «Esté en el pasillo 10 de Home Depot esta noche a las 6».

El Sr. Mac Dougall estaba renovando la cocina de la pareja en Oak Ridge, N.J., y su mujer le había instado a elegir las baldosas del suelo. Él sentía que tenía mucho tiempo para hacer esta tarea. Ella se sintió desoída.

«Pensé que la nota era una forma ingeniosa e histérica de llamar su atención», dice su esposa, Janet Pfeiffer (cuya ocupación, curiosamente, es la de oradora motivacional), recordando el incidente ocurrido hace varios años. Su marido, técnico de una empresa que modifica vehículos para conductores discapacitados, no lo veía así. «No necesito un recordatorio en medio de mi sándwich», dice.

El regaño -la interacción en la que una persona hace repetidamente una petición, la otra la ignora repetidamente y ambas se molestan cada vez más- es un problema con el que toda pareja lidiará en algún momento. Aunque la palabra en sí misma puede provocar risas y miradas de reojo, la dinámica puede ser tan peligrosa para un matrimonio como el adulterio o las malas finanzas. Los expertos dicen que es exactamente el tipo de comunicación tóxica que puede acabar hundiendo una relación.

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