El dragón de Komodo es, sin duda, una de las criaturas más impresionantes y peligrosas que han vagado por la Tierra. Alcanzando los 3 metros y más de 70 kilos y asestando una de las mordeduras más mortales del mundo de los reptiles, no es de extrañar que haya inspirado tantas leyendas y temores. Sin embargo, no todo acaba aquí: parece que este dragón moderno también se encuentra entre las pocas especies de lagartos que son venenosas.
Hasta hace poco, los científicos tenían todo tipo de suposiciones relacionadas con la forma en que el dragón mata a su presa, ya que la suelta después del mordisco. ¿Dejaron morir a la presa por la grave hemorragia o las bacterias de su saliva terminaron el trabajo?
Los dragones de Komodo se alimentan de grandes mamíferos como jabalíes, ciervos o cabras y pasan horas inmóviles esperando a que aparezca la presa. El ataque es sorprendente, ya que el enorme lagarto la embosca con las mandíbulas abiertas, lo que debe ser una imagen peor que cualquier pesadilla.
El misterio de sus métodos de matanza se mantuvo hasta que los escáneres de resonancia magnética revelaron el hecho de que la mordedura, que es claramente más débil que la de un cocodrilo, por ejemplo, escondía un sucio secreto: glándulas de veneno.
Tras este descubrimiento, se extrajeron las glándulas de un dragón enfermo terminal de un zoológico para su estudio. Parece que el veneno es similar al que se encuentra en los monstruos o serpientes de Gila. El efecto es repentino y devastador: provoca una caída repentina de la presión sanguínea que hace que la presa entre en shock. Además, impide la coagulación de la sangre, lo que hace que el animal se desangre hasta morir.
El descubrimiento sugiere que otros lagartos también pueden esconder un truco como éste; hasta hace poco sólo se sabía que el monstruo de Gila y el lagarto de cuentas mexicano, ambos habitantes de los estados del sur de EE.UU. y México, poseían glándulas venenosas.