El esclavo oscuro y terrenal de Próspero, al que los demás personajes se refieren con frecuencia como un monstruo, Calibán es el hijo de una bruja y el único nativo real de la isla que aparece en la obra. Es una figura extremadamente compleja, y refleja o parodia a otros personajes de la obra. En su primer discurso a Próspero, Calibán insiste en que Próspero le robó la isla. Con este discurso, Calibán sugiere que su situación es muy parecida a la de Próspero, cuyo hermano le usurpó el ducado. Por otra parte, el deseo de Calibán de obtener la soberanía de la isla refleja el ansia de poder que llevó a Antonio a derrocar a Próspero. La conspiración de Calibán con Stéfano y Trínculo para asesinar a Próspero refleja la conspiración de Antonio y Sebastián contra Alonso, así como la conspiración original de Antonio y Alonso contra Próspero.
Calibán refleja y contrasta con el otro criado de Próspero, Ariel. Mientras que Ariel es «un espíritu aéreo», Calibán es de la tierra, sus discursos se dirigen a «manantiales, pozos de salmuera» (I.ii.341), «ciénagas, pantanos, llanuras» (II.ii.2), o cangrejos y piñones (II.ii.159-160). Mientras que Ariel mantiene su dignidad y su libertad sirviendo a Próspero de buen grado, Calibán logra un tipo de dignidad diferente al negarse, aunque sólo sea de forma esporádica, a inclinarse ante la intimidación de Próspero.
Sorprendentemente, Calibán también refleja y contrasta con Ferdinand en ciertos aspectos. En el Acto II, escena ii, Calibán entra «con una carga de madera», y Fernando entra en el Acto III, escena i «llevando un tronco». Tanto Calibán como Fernando profesan su interés por desatar el «nudo virginal» de Miranda. Fernando planea casarse con ella, mientras que Calibán ha intentado violarla. El amor glorificado, romántico y casi etéreo de Ferdinand por Miranda contrasta fuertemente con el deseo de Calibán de fecundar a Miranda y poblar la isla de calibanes.
Por último, y lo más trágico, Calibán se convierte en una parodia de sí mismo. En su primer discurso a Próspero, recuerda con pesar al mago cómo le enseñó todos los entresijos de la isla cuando Próspero llegó por primera vez. Sin embargo, sólo unas pocas escenas después, vemos a Calibán borracho y adulador ante un nuevo ser mágico en su vida: Stephano y su botella de licor. Pronto, Calibán le ruega que le enseñe la isla a Estéfano e incluso le pide que le lama el zapato. Calibán repite los errores que dice maldecir. En su último acto de rebeldía, vuelve a ser sometido por completo por Próspero de la manera más mezquina: es sumergido en un pantano apestoso y se le ordena que limpie la celda de Próspero para preparar la cena.
Sin embargo, a pesar de su comportamiento salvaje y su aspecto grotesco, Calibán tiene un lado más noble y sensible que al público sólo se le permite vislumbrar brevemente, y que Próspero y Miranda no reconocen en absoluto. Sus hermosos discursos sobre su hogar en la isla proporcionan algunas de las imágenes más conmovedoras de la obra, recordando al público que Calibán realmente ocupaba la isla antes de que llegara Próspero, y que puede tener razón al pensar que su esclavitud es monstruosamente injusta. El aspecto moreno de Calibán, su servidumbre forzada y su condición de nativo en la isla han llevado a muchos lectores a interpretarlo como un símbolo de las culturas nativas ocupadas y reprimidas por las sociedades coloniales europeas, que están representadas por el poder de Próspero. Se acepte o no esta alegoría, Calibán sigue siendo uno de los personajes menores más intrigantes y ambiguos de todo Shakespeare, un monstruo sensible que se deja transformar en un tonto.