Cuando la Iglesia católica enseña que el matrimonio es una alianza, está utilizando un antiguo y rico concepto bíblico para describir cómo el amor firme y exclusivo de Dios por su pueblo es un modelo para la unión amorosa de una pareja casada.
Los escritores del Antiguo Testamento trazan la relación entre Dios y el pueblo elegido de Israel hablando de la alianza que les ofrece a través de Abraham, Moisés. Esta alianza es una invitación a entrar en una relación en la que «yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo» (véase Éxodo 19:5ss).
Una alianza es un compromiso que Dios inicia. La Biblia cuenta una historia en la que Israel se aleja repetidamente de las exigencias de esta relación de alianza y Dios siempre trata de llamar al pueblo para que vuelva a su compromiso original (véase Jeremías 22:9 y Oseas 2:4). A pesar de que el pueblo rompe continuamente la alianza, Dios les promete una alianza nueva y eterna (véase Jeremías 31).
Estas profecías se cumplen en Jesucristo. En su vida, muerte y resurrección, Dios manifiesta de manera definitiva su deseo de atraernos a una relación de amor con él y entre nosotros. San Pablo enseña que el matrimonio es un símbolo preeminente (o sacramento) de la alianza que Cristo tiene con su pueblo. Esto se debe a que el matrimonio es un compromiso por el que los cónyuges se comprometen mutuamente en todos los aspectos de su vida «hasta que la muerte nos separe».
Pero también, en los actos cotidianos de bondad, servicio, amor mutuo y perdón, las parejas están llamadas a imitar, aunque sea imperfectamente, el amor incondicional que Cristo nos ofrece. Ver el matrimonio como arraigado en la más amplia alianza de amor entre Dios y la humanidad ha llevado al Papa Juan Pablo II y a otros a decir que el matrimonio es un sacramento «desde el principio» y no sólo después de la venida de Cristo.
La enseñanza del Concilio Vaticano II (véase la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, n. 48ss) puso especial énfasis en entender el matrimonio como una alianza, sin ignorar que todo matrimonio implica también obligaciones contractuales entre los cónyuges. Situar la alianza en el centro del matrimonio pone de manifiesto que la relación interpersonal de los cónyuges, su amor unitivo, es lo que hace posible y, en algunos casos, soportable todas las demás dimensiones del matrimonio.
Entender el matrimonio como una alianza que establece entre los esposos un «consorcio de toda la vida» en el que «se entregan y aceptan mutuamente» (véase el Código de Derecho Canónico, c. 1055 y c. 1057) puede enriquecer mucho nuestra apreciación de esta unión especial que es: (a) sagrada en el plan de Dios; (b) permanente, fiel y fecunda; y (c) símbolo vivo del amor de Dios por su pueblo.