La historia comienza hace unos 30 millones de años, cuando el ancestro del canguro -una criatura muy parecida a una pequeña zarigüeya- bajó de las copas de los árboles para desplazarse por el suelo del bosque. Sus pies y tobillos, que antes estaban adaptados a la escalada, se endurecieron para adaptarse a su nuevo terreno.
Como el pie de este antiguo canguro era muy largo, el animal no podía caminar ni correr correctamente. Sin embargo, saltar era fácil, como lo es para los canguros actuales. Los grandes y elásticos tendones de las patas traseras de los canguros actúan como muelles gigantes. Al tensarse y contraerse, estos tendones generan la mayor parte de la energía necesaria para cada salto. Esto es muy diferente a la forma de saltar de los humanos, que utiliza un gran esfuerzo muscular.
La cola también es importante, ya que actúa tanto como ayuda de equilibrio como de contrapeso, impulsando al animal en cada salto. Además, mientras saltan, los canguros apenas tienen que esforzarse en respirar. El movimiento de salto impulsa sus tripas hacia arriba y hacia abajo, lo que infla y desinfla sus pulmones por ellos.
Los canguros suelen saltar a unos 25 km/h, aunque pueden alcanzar los 70 km/h en distancias cortas, cubriendo hasta 9 m en un solo salto. Esta forma de desplazarse, que ahorra energía, les permite recorrer grandes distancias en busca de comida y agua, lo que les permite prosperar en el duro clima del interior de Australia.
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