El trasplante de médula ósea es un procedimiento rápido, como una transfusión de sangre, que dura una media de 2 horas. Esta nueva médula es rica en células llamadas progenitoras, que una vez en el torrente sanguíneo, circulan y se alojarán en la médula ósea, donde se desarrollan.
El paciente, tras someterse a un tratamiento que destruirá su propia médula, recibirá células de médula sanas de un donante. Estas células, tras ser extraídas del donante, se empaquetan en una bolsa de criopreservación de médula ósea, se congelan y se transportan en condiciones especiales (caja térmica controlada con termómetro, a una temperatura de entre 4 Cº y 20 Cº) hasta el lugar donde se realizará el trasplante.
Las células infundidas al paciente también pueden proceder de su propia médula, extraída antes del tratamiento y congelada para su uso posterior (en el caso del trasplante autólogo), o de la sangre del cordón umbilical (en el caso de la donación emparentada o del uso de una unidad de células de los Bancos Públicos de Sangre de Cordón).
Durante el periodo en el que estas células aún no son capaces de producir suficientes glóbulos blancos y rojos y plaquetas para mantener las tasas dentro de la normalidad, el paciente está más expuesto a episodios infecciosos y hemorragias. Por esta razón, permanece en el hospital, en aislamiento.