Con algunas comunidades en condiciones de encierro reiniciado y el movimiento restringido en el resto, nadie está publicando fotos de su masa madre. Los cócteles con zoom han perdido su novedad, Netflix sólo puede lanzar tantas series nuevas. Las noticias parecen peores cada día, y sin embargo las recorremos compulsivamente.
Nos distraemos con las redes sociales, y sin embargo tenemos una pila de libros sin leer. Tenemos la intención de salir a la calle, pero nunca encontramos el momento. Estamos aburridos, apáticos, temerosos e inseguros.
¿Qué es este sentimiento?
Juan Casiano, un monje y teólogo, escribió a principios del siglo V sobre una antigua emoción griega llamada acedia. Una mente «embargada» por esta emoción está «horrorizada de donde está, asqueada de su habitación… No le permite quedarse quieta en su celda ni dedicar ningún esfuerzo a la lectura». Se siente:
una desgana corporal y un hambre bostezante como si estuviera agotado por un largo viaje o un ayuno prolongado … A continuación mira a su alrededor y suspira porque nadie viene a verle. Constantemente entra y sale de su celda, mira al sol como si tardara en ponerse.
Esto suena extrañamente familiar. Sin embargo, el nombre que tan acertadamente describe nuestro estado actual se perdió con el tiempo y la traducción.
Demonio del mediodía
Etimológicamente, acedia une el prefijo negativo a- al sustantivo griego kēdos, que significa «cuidado, preocupación o pena». Suena a apatía, pero la descripción de Casiano muestra que la acedia es mucho más desalentadora y compleja que eso.
Casiano y otros cristianos primitivos llamaban a la acedia «el demonio del mediodía», y a veces la describían como un «tren de pensamiento». Pero no creían que afectara a los habitantes de las ciudades o incluso a los monjes de las comunidades.
Más bien, la acedia surgía directamente de las constricciones espaciales y sociales que requiere una vida monástica solitaria. Estas condiciones generan una extraña combinación de desgana, ansiedad no dirigida e incapacidad de concentración. Todo ello conforma la paradójica emoción de la acedia.
Evagrio del Ponto incluyó la acedia entre los ocho trenes de pensamiento que debían superar los cristianos devotos. Entre ellas, la acedia se consideraba la más insidiosa.Ataca sólo después de que los monjes hayan vencido los pecados de gula, fornicación, avaricia, tristeza, ira, vanagloria y orgullo.
Casiano, alumno de Evagrio, tradujo la lista de pecados al latín. Una edición posterior en latín del siglo VI nos dio los Siete Pecados Capitales. En esta lista, la acedia fue subsumida en la «pereza», una palabra que ahora asociamos con la pereza.
La acedia aparece en toda la literatura monástica y de otro tipo de la Edad Media. Era una parte clave del vocabulario emocional del Imperio Bizantino, y puede encontrarse en todo tipo de listas de «pasiones» (o, emociones) en la literatura médica y los léxicos, así como en los tratados teológicos y los sermones.
Apareció por primera vez en inglés impreso en 1607 para describir un estado de desgana espiritual. Pero apenas se utiliza hoy en día.
Hacer como los monjes
Como la psicología clínica ha reclasificado las emociones y los estados mentales, términos como «melancolía» pueden sonar arcaicos y moralizantes.
Las expresiones emocionales, las normas y los guiones cambian con el tiempo y varían entre culturas. Marcan constelaciones de sensaciones corporales, patrones de pensamiento y causas o efectos sociales percibidos.
Como estas constelaciones son cultural o socialmente específicas, a medida que las sociedades cambian, también lo hacen las emociones de su repertorio. Con el declive de la moralización teológica, por no hablar de la influencia monástica, la acedia ha desaparecido en gran medida de los vocabularios seculares.
Ahora, la pandemia y las respuestas gubernamentales a ella crean condiciones sociales que se aproximan a las de los monjes del desierto. No hay demonios, tal vez, pero los medios de comunicación social ofrecen un aluvión de malas (o engañosas) noticias.
El distanciamiento social limita el contacto físico. El encierro constriñe el espacio físico y el movimiento. Trabajar desde casa o haber perdido el trabajo por completo trastocan las rutinas y los hábitos. En estas condiciones, quizá sea el momento de recuperar el término.
Más que una etiqueta
Recuperar el lenguaje de la acedia es importante para nuestra experiencia en dos sentidos.
En primer lugar, distingue el complejo de emociones provocado por el aislamiento forzoso, la incertidumbre constante y el aluvión de malas noticias de términos clínicos como «depresión» o «ansiedad».
Decir «me siento acedia» podría legitimar los sentimientos de desgana y ansiedad como emociones válidas en nuestro contexto actual sin inducir a la culpabilidad de que otros tengan cosas peores.
Segundo, y más importante, los sentimientos asociados al aislamiento físico se ven exacerbados por el aislamiento emocional: esa terrible sensación de que esto que siento es sólo mío. Cuando una experiencia puede ser nombrada, puede ser comunicada e incluso compartida.
Aprender a expresar constelaciones de sentimientos, sensaciones y pensamientos nuevos o no reconocidos previamente, construye un repertorio emocional que ayuda a la regulación emocional. Nombrar y expresar las experiencias nos permite reclamar algo de agencia al tratar con ellas.
Al igual que los monjes del desierto de Casiano, luchamos a través de nuestra propia «larga y oscura hora del té del alma», podemos nombrar esta experiencia, que ahora forma parte de nuestro repertorio emocional.